miércoles, febrero 16, 2005

Confidencias diarias...

Charles Bukowski
Los coches van y vienen. La ciudad despierta cansada, monótona, triste, anárquica: mujeres con la cesta de la compra, niños y mochilas con ruedas, un municipal dirigiendo el tráfico, ancianos en busca de energía solar para una tarde de soledad y tabaco, el kiosco se carga de nuevo con best-seller amarillos, guías prácticas, ceniceros, alcobas diminutas, sellos, dedales, misterio. En una acera…

- ¿No has visto a Joaquín, el carnicero, con una morenita de la mano?- le dice una mujer de mediana edad a otra.
- No, hoy no le he visto.
- Pues, pobre Matilde, lleva bien puestos los cuernos y no se ha enterado. El muy fresco iba radiante, con la cabeza bien alta. Yo creo que querían dejarse ver- gesticulaba con grandes ademanes haciendo parodia de lo visto.
- ¿Quién es Matilde?- pregunta con cierta incertidumbre la interlocutora.
- Su mujer, aquella desdichada que encima de llevar gran parte de la carnicería, le limpia, cocina y le aguanta, y es que, todos los hombres son iguales. Te descuidas un poco y zas…- sentencia con un sonido gutural la mujer que presume de exclusiva del mundo mundial.
- Ya lo sabes, mujer. No es nada nuevo, pero como me pase a mi, yo le corto los huevos. Te lo juro por lo más sagrado, que son mis hijos.
- ¡Ay, estos hombres…! Les gusta la carne fresca…- comenzaron a reír las dos, despidiéndose a continuación.

La vida se consume en el barrio entre barras de pan caliente y partidas de dominó interminables. Las viviendas tienen paredes palpables, pero con numerosas ventanas intangibles dejando desnuda la existencia del prójimo: aquél que te da los buenos días, el que te coge la bombona de butano, el que te abre la correspondencia por equivocación, el que te anima, el que vela el cuerpo difunto de tu suegra con lágrimas falsas en la cara, el que bosteza a las seis de la mañana tras una fuerte crisis de tos, la que mueve las sillas todas las noches o se pone tacones de aguja para una jornada de farra, aquel o aquella, que sabe de ti más que tú mismo…

- Joder con el carnicero, el muy jodido, menuda morena se ha echado- comenta mientras colocaba el seis doble para iniciar una nueva partida.
- Ya te digo, ni te cuento. Mi mujer me ha contado que la ha elegido bien joven y que ya no se esconde: pasea por el barrio con la cabeza bien alta, y no es para menos, si fuera yo haría igual.
- ¿Qué sabréis vosotros? Ni caso a vuestras damas. Yo, qué si lo he visto, os puedo contar que la tiparraca está de espanto. ¡Qué pechos, oigan!, ¡qué cintura!, de escándalo, para agarrar como perro de presa- babeaba el tercero en discordia-. Y más, menudo besazo le ha dado antes de entrar en el portal, ¡qué morreo! A saber cómo habrán terminado, bueno, me lo puedo imaginar…-comienza a reír a carcajadas dejando visible una dentadura de negros y grises-. Creo que ha echado a Mati a la puta calle, porque es de suponer…la morenaza llevaba una maleta bien grande. ¡Seguro que le ha dado boleto!, ¡qué cojones tiene Joaquín, el pollo!...
- Ahora el problema que yo veo es la tienda, ¿partirán la pechuga en dos o se lo quedará todo ella, como de costumbre en las mujeres?- tercia un cuarto que no perdía baza.

La luz disminuye, y con ella, la tarde se apacigua, se mansa. Ya no pasean las mujeres, los ancianos enfundan las petancas, los niños disfrazados de moratones y ropas rasgadas, suben con enfado hacia sus hogares. El baño, la cena, el telediario, la espera del hombre que viene del santuario…

- Oye, chaval, ¡ponte cuatro cervezas que paga este mequetrefe!
- Un segundo, un segundito, pero sin chaval- alega el camarero con desgana.
- ¡Mis muertos!, ¡mirar quién viene!- dice uno mientras descarga un pequeño premio en la tragaperras.
- Nada, vosotros como si nada, ¡dejadme a mí!...

Joaquín entra en el bar, observa, reconoce a los mismos de siempre, a los mismos compañeros de naipes, dados, juegos de azar y charlas.

- Paco, ¡ponme cuatro cervecitas, que hoy venimos secos!
- Hombre, Joaquín. No hacía falta que invitaras. Estamos servidos por el momento, ya sabes, el que pierde paga…- le dice el voluntario de interrogador.
- Pero, ¡qué coño dices!...A ti, ni agua…

Se vuelve abrir la puerta del establecimiento, cuatro cabezas se giran al unísono y reconocen perfectamente a la primera, la entrada de Matilde, quien viene acompañada de una pareja: un hombre igual que su marido Joaquín y una morena de órdago a la grande.

- Ya lo veis, somos cuatro, cuatro cañas. Dejadme que os presente a mi hermano gemelo y a su esposa que vienen de Francia.

La noche encierra deudas entre las almohadas, electrodomésticos de última generación, friegas banales de parejas, dolores de espalda, algún jadeo impropio y muchas confidencias diarias…

José Daniel.
14-02-05

http://jdpalma.sensibilidades.com

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