viernes, septiembre 30, 2005

7:14 am

Tan sólo es un día más…

Renacer ebrio
en las llagas del olvido,
para no confesar en este nublo
caparazón de preguntas,

es el disfraz que escojo para hoy.


José Daniel.
Poema de "Despertar incierto".

En el abismo de los versos

jueves, septiembre 29, 2005

6:23 am

Brama un eco metálico
entre pliegues de telas cansadas.
Debajo, un corazón en lánguido latir,
disimula arañando segundos al amanecer.

Anhelo en los despertares,
-quizás sólo sea una quimera-,
preservar la quietud de una fantasía inédita
mientras me enmaraño entre sus cabellos.

El sonido se repite,
se repite el romper de las horas,
mientras la sangre se aviva
en sinsabores de poemas rotos.

Alguien desliza unas manos frágiles,
fundiendo luces y crepúsculos
entre cipreses que anidan
junto a mi cuerpo desnudo.


José Daniel.
Poema de "Despertar Incierto".

miércoles, septiembre 28, 2005

Noches perturbadas

Deambulo en noches perturbadas, en grises escalas de fados inconclusos que me recuerdan lo que soy: despojo, basura sin contenedor de reciclaje, pues el alma es un cenicero de metal y nadie quiere ver amuralladas sus inquietudes con mis llantos. Este círculo cerrado de soledad avanza agónico por un laberinto de esencias marchitas. No se ve nada, aunque la superficie de la piel esté ornamentada por intensos colores de un cuadro en evolución. Sí, a mi lado crecen esperanzas de un racimo acechado por avispas etéreas a las que no puedo matar, ni siquiera herir de gravedad.

Ese hombre soy yo: enervado y cabizbajo que agoniza según las horas de un podrido reloj que sucumbe en su recorrido parsimonioso y neurasténico; decaído y sutil ante unas imágenes, que por más sonrientes que se presenten, progresan por un abismo de pánico y negación de su propio ego.

Desfilo sin cuadrar las partes de un cuerpo que se atrofia en el pesimismo de unas madrugadas sin magia, en un ataúd sin paredes de terciopelo, sin tierra donde esconder llagas infligidas por un nihilismo que me acorrala. La nada es un paraíso donde se funden mis siete alacranes imprevisibles para llorar según dice el libro sagrado de los caducos.

Caminar se hace tan difícil, que imploro encontrar una línea que marque destinos nacientes y paisajes con castillos de antaño, refugios donde sus almenas sirvan para unos besos clandestinos, aunque, por ahora, sólo mis rezos reposen en esta alfombra de delirios y contrariedades continuas. Sé que debo nacer para combatir miedos y terrores impuestos por la monotonía de unas miradas negociadas. Sé que debo salir de mi propio relato, pero el lápiz se desangra en la confusión de un ayer concluido y un mañana sin presunción de inocencia.

Cerraré los ojos para intentar deshacerme de estas venas corrosivas; descansaré, sabiendo que nada pude hacer, entre bambalinas funestas...

José Daniel.

sábado, septiembre 24, 2005

Las reformas de Juan Refolio


Juan Refolio regresaba todos los viernes a casa, y todos los viernes volvía a experimentar el mismo deseo: partir de nuevo. La soledad le acompañaba en sus constantes viajes; entre las cuatro paredes de nuevos hoteles self-services; en el pequeño habitáculo de su auto, que kilómetro a kilómetro apresaba más sus dudas y sus preguntas. En su casa, este aislamiento se acentuaba, crecía como las venas de su cuello nada más verla. Su esposa, señora de alta alcurnia en la apariencia, era grata y cariñosa durante los dos primeros minutos de recibimiento; luego, más tarde, se convertía en la misma pesadilla que amartillaba sus noches de desvelos, pero Juan Refolio regresaba todos los viernes a casa.

Y fue en un viernes primaveral cuando la historia que sigue dio su comienzo, y fue en un viernes de principios de abril cuando Juan Refolio comenzó su nueva vida…

-¿Quién narices son todos estos? –le preguntó nada más abrir la puerta.
-Albañiles o es qué no lo ves…
-¿Albañiles? -atónito por no saber nada de nada, se apartó para dejarles paso, no sin antes recalcar uno de ellos, que a la mañana siguiente regresarían a las siete y media-. ¿Y qué están haciendo? No sabía que estuviéramos de obra…
-Ya, ya lo sé. No te dije nada porque quería que fuera una sorpresa, pero es que te has adelantado, ¿no venías esta noche?
- Y eso, ¡qué más da! Claro...¿Quién soy yo? Creo que has tenido tiempo suficiente como para decirme esto, aquello y lo otro, ¿no?...Se puede saber, si su majestad lo estima conveniente, ¿de qué reforma se trata? –le inquirió un tanto desconcertado.
-He pensado abrir un sótano con acceso desde la terraza. Quiero una especie de salón para recibir las visitas de mis amigas. Decorarlo de forma rústica, crear, en definitiva, un espacio íntimo donde poder conversar las tardes de los domingos.
-¿Amigas? –le extrañó porque desde que se instalaron en Mérida no le había conocido ningún tipo de relación extramatrimonial.
-Sí, mis amigas…
Habían transcurridos los dos minutos iniciales, los ciento veinte segundos previos para que la casa enmudeciera hasta la tarde del domingo, momento de una nueva despedida insípida y fugaz en la pareja.

Juan Refolio salió a echar un vistazo a la obra, paseaba por la terraza mientras consumía un cigarro envenenado de acritud y malestar por su propia vida, observando los avances de los maestros de la paleta: habían comenzado a escarbar, apuntalando el avance de su ferocidad masculina, mientras él, seguía divagando entre sus penas y unos insólitos pensamientos que le no le dejaron dormir.

La cuadrilla de obreros se presentó con una puntualidad inaudita para lo que se oye de los currantes españoles. Fue Juan Refolio quien abrió. No tardaron en ponerse manos a la obra, trabajaban bien coordinados y muy bien ordenados, cualidades que le causaron una buena impresión. Llevaban, más o menos, dos horas de labor, cuando oyó que los ruidos provenientes de afuera habían cesado.

-Oiga, ¿tiene un minuto? –le preguntó el que parecía ser el cabecilla.
-Sí, dígame –apagó la televisión incorporándose para estar a su altura.
-Mire, voy a serle franco, pero quisiera que no piense mal de nosotros. Lo que le voy a decir es el pan de cada día en esta ciudad, es muy frecuente y por eso se lo digo…
-A ver, dígame, me está impacientando –le dijo con signos de incertidumbre.
-No le voy a engañar…Mire, hemos encontrado restos romanos, pueden ser tumbas, bañeras, habitaciones, puede que sea un mosaico…¿Qué sé yo? Siempre lo mismo, unas cuantas piedras…piedras que por su aparente valía debemos poner en conocimiento de las autoridades, ¿ya sabe, no? Si es que nosotros los sabíamos, pero su mujer se empeñó, y más en esta zona tan cercana al teatro y su parafernalia.
-¿Y? –le espetó.
-Pues nada, que el precio, claro siempre bajo cuerda como quedamos con ella, ha subido. Me comprende, ¿no? En bocas cerradas no entran moscas…

Juan Refolio no se extrañó en absoluto, siempre le había rondado esa idea, pero la casa les gustó por estar céntrica y ser muy acogedora, aún siendo un tanto pequeña.

-Lo comprendo –le expresó-, pero debo consultarlo con la cabeza pensante del asunto, ¿verdad? Déjeme su teléfono y lo llamo cuando tenga buenas nuevas.

Al marchar los invasores, comprobó que eran ciertas las noticias que acababa de escuchar. Vio como emergían una serie de piedras en forma rectangular, volviendo a florecer en círculos concéntricos las perversas ideas de la noche anterior. De regreso, se dirigió a los aposentos de su señora, seguía soñando, quizás con su nuevo espacio, quizás, con otro hombre más a mano. “Duerme, mi amor, duerme” –le susurró, mientras le tapaba la boca y nariz con un pañuelo.

Las horas siguientes las dedicó a profundizar en los hallazgos de los albañiles. Sudaba, más por lo que acababa de conseguir: la libertad, que por los remordimientos. Estos no hicieron aparición en ningún momento. Le costó terminar el agujero: sus manos no estaban acostumbradas al pico y a la pala, pero el deseo de aplacar las voces que continuamente le machacaban, era superior a todo el dolor. Ya de noche, iluminó la estancia con dos linternas, trasladando el cuerpo inerte hasta la fosa romana. “Descansa en paz, mi bella amada” –pensó.

-Sí, no se preocupe, el dinero ningún problema…todo arreglado, en esas quedamos. Mañana tapan el agujero y aquí santas pascuas, ¿verdad? –le explicó mientras se secaba dos gotas de sudor, aliviando su ansiedad.

A la hora concertada, los operarios comenzaron a cerrar lo abierto: el sótano y sus bocas, siendo esto último, una faena más placentera por el jugoso fajo de dinero que Juan Refolio les entregó en mano. Al terminar, acudió a la agencia de viajes a recoger el billete de avión con destino a la selva amazónica, pasando de paso por las playas brasileñas. “Este viernes no regresaré a casa” –se dijo.
“Los arqueólogos están investigando los orígenes de los restos, entre ellos cabe citar, el cuerpo de lo que parece ser una dama. Puedo afirmar que nos encontramos ante un descubrimiento importante, pero dejemos hablar al carbono catorce y a los expertos...” –decía el Consejero de Turismo del Ayuntamiento, mientras todas las cámaras y micrófonos se dirigían hacia sus palabras-. “Sí, sí, al final todos los propietarios han aceptado la oferta ofrecida por esta Consejería, ningún contratiempo aparte de los cuarenta y cinco años que lleva el Ayuntamiento por hacerse de esos terrenos...Por supuesto, la Travesía de la Mártir Santa Eulalia se integrará en el conjunto histórico de Mérida, y se abrirá al público en un futuro no muy lejano...” –concluía el político, mientras Juan Refolio, declarado fallecido a efectos legales, cambiaba el canal internacional por uno de clases de samba.
José Daniel