martes, abril 26, 2005

Descender

Es la violencia de la noche un reflejo del calendario
donde se hunden galeones que se pierden
por los vértices de papiros de estraza y azúcar.

Es el fuego del relámpago un estilete de fina agonía,
un sinfín de penas donde tus ojos se incineran en el abismo,
una exigencia de sal con jirones de metralla al eco de su voz.

Desciendes mientras viejos barcos de papel arden sin llama.

Texto: José Daniel
Imagen: Foro Sensibilidades

sábado, abril 23, 2005

Ayer solicité tu ayuda

Ayer aposté dos vírgenes a la carta más alta, desprendiendo los cerrojos residentes en un corazón vomitado, olvidando la timidez que emerge cada vez que tus senos empañan mi mirada. Cerré una puerta para dejar otra abierta; otra que quizás nunca cruces por miedo a separar las piedras del barranco que dificultan la insalubre vida.

Vencer al naufragio para llegar a la cúspide de un sentimiento, donde te espero para lanzarnos al abismo del cieno envenenado, donde te aguardo para asaltar la puta vida por dos flancos, fue la oferta que te hice mientras rompía, por si acaso, mi cabeza contra el aire que venía dando fuerte. Me pediste tiempo para pensar, espacio para ubicar los ojos de un enfermo dentro de tus estaciones, pero no tardes mucho, el vaso me mira y siempre me acecha.
Tiempo te di, tiempo te doy, y, mientras tanto, deshago un equipaje de flores y burdeles, abandonando lustros de lunas y botellas contagiadas del sabor seco del aguardiente, que han hecho de mí un equilibrista de eses esquivas, trazadas al compás de una cuerda de hilachos pendencieros. Y yo, mientras tanto, juego a lanzar anzuelos en la pecera de metal en donde quedan, por ahora, mis sueños.
Ayer te dije que asociáramos nuestras manos, aunque, por ahora, sólo te puedo ofrecer un manojo de callos y grietas profundas de una oscuridad que nunca deseé; un trofeo que no sirve para nada, y que, por tanto, guardo para enseñar a las nuevas generaciones de ídolos y fantasmas, para mostrar la derrota dentro de la infértil victoria de luces y madrugadas. Fui noche a la deriva y tabaco engrilletado, pero ayer te rogué que me iniciaras de nuevo en el sentir de los soles y en los azules y verdes de primaveras que hace siglos no veo.
Solicité tu ayuda, ayer pedí tu amparo. El tiempo avanza, corre tan deprisa que me alcanza, y se acerca la noche y se acercan los tambores que me llaman, y quizás me pierda, y quizás vuelva a dormir la sal que cierra mis labios, y te pido que vengas, te acerques, me llames, me beses y me saques de este infierno que se parece tanto a un trago amargo. Dime, dime algo que supure el llanto de mi conciencia, porque nunca se calla, y siempre está tan cerca que me dificulta estar sin ella.
Ayer quebré con agujas de sinceridad el hábito de un cuerpo desperdiciado; ayer levanté por primera vez la mano, para que alguien como tú me guíe con besos de seda y látigos de firmeza. No lo olvides, aunque sé que quieres tiempo que no tengo…

José Daniel.

domingo, abril 10, 2005

Deseo


Deseo

transparente
energía de azules edificios,
conspiración
del sentimiento contrariado
al querer y no poderte sentir.

Deseo

deshacer
negros campos yermos
en rojos almíbares
junto a la costa
y su arena jamás pisada.

Deseo

perturbar
verdes vientos de sal
que caen en mi almohadón
las noches de quiebros
cuajados en soledad.

Deseo, arcoiris que nunca llegas...

José Daniel.

viernes, abril 08, 2005

Inconciencia reclusa

Las lágrimas

nunca recorrieron mis mejillas,

flotaron en mi ventana

a la deriva, sin rumbo,

como el último barco de papel

arrojado entre tus pechos

desnudos en la mar, mientras se hundían,

para siempre,

nuestros días.


Ahora, tú,

libertad que me arrastras a las arenas,

a la inconciencia reclusa

del recuerdo,



donde los días

que buscas no encuentras,

donde los ojos

que ves no son los que ves,

allá,

donde el hombre

que visteis desolado no es libre

porque es el que llora


al abrir esta ventana con barrotes de castigo

por no haberme hundido con ella.



Texto: José Daniel.
Imagen 1: Zoe Wiseman.
Imagen 2: Yuri Bonder.

jueves, abril 07, 2005

Aldea Poética III. Haiku


Aldea Poética III. Haiku
Antología


© Opera Prima 2005


81 poetas experimentan el vértigo de lo breve
Felipe Benítez Reyes, Luis Alberto de Cuenca, Andrés Neuman, Luis Antonio de Villena, Elena Medel, Jorge Riechmann, Jesús Munárriz... (José Daniel, también...)


Autores consagrados y jóvenes promesas de la poesía recogen el testigo de Aldea Poética, el proyecto lírico más audaz de Opera Prima.

Desde aquel recital del 97 en el madrileño barrio de Lavapiés hasta la fecha son innumerables los poetas que refundan este espacio sin jurisdicción propia con cada nueva antología.

Aldea Poética III propone esta vez una antología de haikus inéditos, esos brevísimos poemas de tradición japonesa que conjugan atemporalidad, belleza y concisión.

A ritmo de cinco siete cinco, los poetas aquí congregados juegan con las posibilidades infinitas que ofrece el haiku, respetando en ocasiones la simplicidad de la observación directa de la realidad —propia de los maestros japoneses—, transgrediendo en otras sus motivos clásicos porque, como dice H.G Henderson, «en manos de un maestro, el haiku puede ser la esencia concentrada de la poesía pura».

Bosteza el agua
en los remansos quietos
de los marjales.


Ya tengo puestas
las cosas de morir
pero no hay prisa.

Killed haiku
Lo débil atrae para matarlo.
Extraña ley. Extraño lugar.

Aire de paz,
espuma en los tobillos.
Pescamos poco.


¿Qué es un haiku?
Según Basho:
«Es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento»


PARA SABER MÁS
Si estás interesado en reseñar el libro, en entrevistar a alguno de los autores o recibir un ejemplar, por favor, ponte en contacto con nosotros.


Editorial Opera Prima
Pza. Santa Catalina de los Donados, nº3, 3,º -3. 28013 Madrid
Tel: 91 559 74 50/91 542 53 92. Fax: 91 559 26 28
www.operaprima.es

martes, abril 05, 2005

El último viaje de Krip

Krip se estaba ahogando en su propio vómito. Tendido en el suelo, junto al cáptulo de la última mezquita, observaba con ojos prajulinos al óremi rezar sus oraciones sin comprender en que fase del viaje se encontraba.
A su lado, un fusilante marine le apuntaba directamente a la cabeza. <<¿Dónde has escondido el vincuhilar de gases tóxicos y su minier?>>, le preguntaba en un perfecto inglés chicano...
La matanza no guardó proporción ni se ajustó a los derechos humanos, pero qué más daba, a quién le iba a importar si tampoco habían firmado el Protocolo de Kyoto...
José Daniel
Nota: La relación de palabras que a continuación leerás, no figurán en ningún diccionario ni semejante parecido. Todo se basa en juegos al azar...
Fusilante- minier- cáptulo- vincuhilar- prajulino- óremi- Krip

sábado, abril 02, 2005

El reportero y el hurón

Con su cámara a cuesta y su pequeño hurón, lo había visto todo, o al menos eso creía. Había asistido a las guerras más cruentas, a las revoluciones más impetuosas, a los desastres naturales más devastadores, a pactos políticos inimaginables, a caídas de imperios ancestrales y subidas al poder de gente, más o menos, corriente, pero siempre quedó al margen imperturbable, grabando las escenas sin que su piel se erizara; inmortalizando esas instantáneas para otros ojos. Los suyos quedaban fijos y vacíos...
Un día, su pequeño hurón, le preguntó:

- ¿No echas de menos a tu familia y a tu entorno?

Fríamente le contestó que no, que en su trabajo había conquistado su paz interior ,y que por muchas bombas que cayeran o mucha sangre se derramará, él era feliz.

- ¿Y no le temes a la muerte?- continuó interrogándole.
- No, por supuesto que no.
- ¿Qué te falta en la vida?
- Lo tengo todo: mi cámara, mi libertad, mi paz, mi reino, el amor que sé que me espera, te tengo a ti...

Pasaron años, guerras, huracanes, maremotos, aviones y torres derruidas, persecuciones mundiales... hasta que una mina oculta en un camino perdido del desconocido Mozambique, le sesgó los dos brazos, debiendo regresar a su casa. El tiempo de reportero eficaz y valiente quebró, volviendo a la cruda realidad de los días monótonos y aburridos en compañía de los suyos. El hurón, quien había salido ileso del accidente, le preguntó:

- ¿Qué te pasa, qué echas en falta?
- Mi cámara, mi tercer ojo. El espacio y el tiempo...
- ¿Eres feliz?
- Sí, supongo que sí.
- ¿Y no le temes a la muerte?
- Ahora que la veo tan cerca, sí... Se muere mi espíritu, lentamente, entre tantas envidias y codicias, entre tantas tentaciones y pasiones que cada día me son más difíciles rechazar...
- ¿Y por qué no marchamos?
- No, eso nunca. ¡Márchate tú! Tú que aún eres libre...

José Daniel.