jueves, marzo 31, 2005

miércoles, marzo 30, 2005

Condena


Una mano con líneas de envidia,
un rostro que me observa en el espejo,
una boca de insultos, una espalda
para los azotes de los pasos,
ese, ahora, soy yo.

Caminaré
y seguiré anotando melancolías
entre las paredes que me ahogan.

Esperar un cielo que caiga
no es cuestión de tiempo
ni de espacios ocultos,
tampoco ocultar el tiempo
ni el espacio en cuestión.

Las naves son submarinos
de terror y noticias envueltas:
muertos, dinero, niños, ordenadores,
justicias, injusticias, mentiras,
y más mentiras.

Continuaré anotando falsedades
entre las páginas de este diario
convertido en cenizas,
viva imagen de la tierra.

No doy para más, ni por amar
ni por soñar, estarás.

Recorreré los burdeles de diamantes,
las oficinas y los claustros de la locura,
los estancos de sabores perennes,
y las comisarías de azules palizas.

Vente, vente y acompáñame,
a cada cuatro pasos una salve
por nuestro penúltimo doctorado:
aprender a vivir es sentir la muerte
cerca, tan cerca que no sepas
si tus ojos se cierran para nunca más
abrir la despensa del dolor y la humillación.

Cerraré este poema con un llanto,
pero antes moriré a la deriva
del humo del tabaco negro
impregnado en la firma de la sentencia.

(Condenado a vivir entre tus prójimos)


José Daniel.

jueves, marzo 24, 2005

Todo es una quimera

Volarán hacia esa luz cegadora, mis sueños rotos; recorrerán los eclipses más lejanos, mis pies descalzos; descansarán con luciérnagas amigas, mis venas rojas; pujarán por mi timidez desnuda, mis ojos súplicas...

Todo es una quimera,
oculta en esta playa mágica
de arenas movedizas que quema
obsesionando mis pasos despojados,

enturbiando el destino marcado en mis uñas:
salpicaduras de brasas invisibles que penetran,

unos pies descalzos
náufragos en la tierra,
amantes de luces y sombras,

quiebran
una
imagen
maestra
enmudeciendo
rápido
al poeta


José Daniel.

jueves, marzo 17, 2005

Retrato en sepia

Voy
a retratar en sepia
tu imagen de agosto
hirviente,
tu estela cálida
y exótica
como murallas sin límites;
Voy
a plasmar en espectros
marrones esa instántanea
que ahorca en madrugadas
mi sexo renacido
entre tinieblas que corren
por el album de imágenes
abierto la primera noche
que fuimos unión.


José Daniel.

miércoles, marzo 16, 2005

Nos inunda (a dos voces)



Nos inunda
una voz supuesta
en el recorrer de nuestros pasos
que giran, se acaloran, danzan
al compás, y tan cerca
miradas
mientras pronuncian un discurso leve:
silenciosas melodías para acompañar
una noche que se abre de par en par
como dos labios que devoran
los alientos de otras vidas.

Do re mi re mi sol
en las venas del alma
danzando este momento
entre los pasos
de este baile
singular
estallando insomne
en pluralidad de estrellas


Do re mi re mi sol
en el aire lascivo del cuerpo,
bailando a través de la noche
entre los besos y caricias
del tango jamás bailado
tan cerca, tan vibrante
entre aplausos soñando
otros lugares en singulares viajes.

Melodanza
de la sangre en ochava
que sesga etérica
la cadencia sensual
acortando distancias

do re mi re mi sol
soledad de dos cuerpos
estrangulados al viento
en una sola sombra


Y la música avanza
en interiores que llaman al deseo
que explota en exteriores símbolos
entre guiños y señales
para que nunca acabe.

Do re mi re mi sol
cadencia en el ritmo uniforme,
rojo pasión en el vestido
que caerá sobre el suelo
extasiado
sobre la noche semifusa
erizando deseos y latidos
sobre lenguas de fuego
que desgranan notas
como peces

y el misterio
el misterio de encontrarse
en un acorde coagulado
buscando bocas como sedientos
atrincherados en la sombra


(quizás la música se apague en vuestros corazones,
en los nuestros, no)


José Daniel&Lamabe

martes, marzo 15, 2005

Noches (Haikus)

Sitia la noche
insomnios y desmayos,
blancas las sábanas.

Incrusta barros,
metales y heridas,
el aislamiento.

Tinieblas, ojos,
ojos semicerrados
abren nostalgias.

Volverán luces,
licántropos románticos
de madrugada.

Noches, amores
rotos y oscuridades,
sólo los grillos.
José Daniel

Sorpresa


Empezó a sudar, a sentir escalofríos por todo su cuerpo. Comprobó que comenzaba a tartamudear en sus pensamientos. En esos momentos su cara más bien se parecería a un tomate o una sandía de verano. Llevaba siete años casados y, nunca antes, había decidido darle una sorpresa de cumpleaños a su esposa.
- Sí, por favor, quisiera ese conjunto que tienen en el escaparate-, por fin rompió, diciendo lo anterior de carrerilla.
- ¿El conjunto negro?-, contestó una dependienta que seguramente no había llegado a la edad núbil.
- Sí, sí. El negro.
- Pero, ¿qué talla?
- ¿Qué?...
- La talla.
- ¡Ah...! La noventa y cinco, creo.
Salió rápidamente del establecimiento sin comprobar ni siquiera el ticket, dirigiéndose a continuación a su domicilio. Había sido todo un trance, pero ya lo tenía. Sabía perfectamente que por la mañana ella no estaría. Su agenda era completa: clase de aeróbic, café con sus amigas, gestiones varias. Él había solicitado un par de horas libres para asuntos propios y se dispuso a darle una buena sorpresa a su mujer. Nunca antes, nunca jamás, había procedido de tal manera. Colocó el conjunto encima de la cama marital. Notó que su cuerpo se estremecía. Estaba completamente excitado con la simple presencia de las prendas: un sujetador bordado a encaje con una bella flor en el centro, unas braguitas pequeñas que dejaban pinceladas para soñar acontecimientos venideros. Salió contento, deseando volver cuanto antes a casa. “¿Qué cara pondrá cuando vea el detalle?”, pensó.
Pasó el resto de la mañana. Comió en el restaurante de siempre, en la misma mesa de siempre, en la soledad de siempre. Caviló durante toda la jornada acerca de la noche que les esperaba. Siete años de monotonía por su parte, cierta indiferencia por la de ella. Era el momento de comenzar nuevas aventuras, nuevas experiencias y tenían que empezar esa misma noche proponiendo juegos y perversiones diversas. No lo dudó porque su cabeza iba a estallar. No aguantó a que llegarán las ocho. Fingiendo una subida de temperatura, cosa que por otro lado no lo había abandonado desde su salida de la tienda de lencería, habló con el responsable de la oficina:
- No me encuentro bien-, le dijo.
- Bueno, venga. Menudo día llevas, ¡anda márchate!
Caminó raudo hacia su vehículo. Lo puso en marcha. Los semáforos eran obstáculos en sus pensamientos lascivos; los peatones que cruzaban, sin atender las indicaciones viales, eran puntos negros en el discurrir de sus ideas libidinosas. Los maldijo una y otra vez.
Llegó a las seis, dos horas y media antes de lo habitual. Abrió la puerta, avanzó con firmeza, pero sólo llegaban a él ciertos jadeos y suspiros procedentes de su habitación. Al llegar, ella vestía el conjunto sorpresa por el día de su cumpleaños; el otro, acariciaba todo su cuerpo como nunca él fue capaz.
No dijo nada. Salió, igual de veloz, al balcón. Necesitaba aire, mucho aire antes de caer sobre el acerado de la infidelidad.

José Daniel.

sábado, marzo 12, 2005

Para soportar


Para soportar el hierro candente de la pasión
tendríamos que darnos un minuto mágico más,
para vibrar en la cúspide del orgasmo final
tendríamos que embriagarnos con alevosía .

Para narrar nuestras quimeras erotilascivas
tendríamos que taponar la primitiva moral ,
para nadar en el juego del amor pervertidos
tendríamos que vacilar entre el tú y el yo.

Para llegar y repetir el llegar extasiados
tendríamos que bautizarnos con fluidos sacros,
para no mirar nunca atrás y avergonzarnos
tendríamos que superar nuestras desconfianzas.

Para analizar los días sin sexo natural
tendríamos que vendarnos los ojos y los dedos,
para terminar con amor y plena necesidad
tendríamos que satisfacer el tiempo de celo.

(Para todo esto del amor y el sexo, sólo tu y yo)

José Daniel


Charles Bukowski

No puedes escribir una historia de amor. Charles Bukowski

Margie iba a salir con este tío pero cuando salían el tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío sus tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado las tetas y tenía que ir a follarse a ese tío. Así que Margie se fue a ver a Carl. Carl estaba en su casa, y Margie se sentó y le dijo:

-Este tío iba a llevarme a la terraza de un café, íbamos a beber algo de vino y a hablar, sólo beber vino y hablar, nada más, pero en el camino este tío se encontró a otro tío con un abrigo de cuero, y el tío del abrigo de cuero le enseñó sus tetas al otro tío y ahora este tío se ha ido a follar con el tío del abrigo de cuero, así que me quedé sin mesa, sin vino y sin charla.
-No puedo escribir nada -dijo Carl-. He perdido la inspiración.
Entonces se levantó y se fue al baño, cerró la puerta, y se puso a cagar. Carl echaba cuatro o cinco cagadas al día. No tenía otra cosa que hacer. Se bañaba cuatro o cinco veces al día. No tenía otra cosa que hacer. Se emborrachaba por la misma razón.
Margie oyó el ruido de la cadena del retrete. Carl salió.
-Ocurre simplemente que un hombre no puede escribir ocho horas al día. Ni siquiera puede escribir todos los días, ni todas las semanas. Agota su mente, es una desesperación fija. Ahora no puedo hacer otra cosa que esperar.
Carl se fue hacia el frigorífico y salió con un paquete de seis cervezas. Abrió un botellín.
-Soy el escritor más grande del mundo -dijo-. ¿Sabes lo difícil que resulta?

Margie no contestó.

-Puedo sentir cómo el dolor se arrastra por todo mi ser. Igual que una segunda piel. Me gustaría poder cambiar de piel como las serpientes.
-Bueno, ¿por qué no te revuelcas en la alfombra y tratas de desprendértela?
-Escucha -preguntó él-. ¿Dónde te conocí?
-En la tienda de legumbres de Barney.
-Bueno, eso lo explica un poco. Tómate una cerveza.
Carl abrió una botella y se la pasó.

-Ya -dijo Margie-, ya sé. Necesitas tu soledad. Necesitas estar solo. Excepto cuando necesitas algo, excepto cuando cortamos de una vez y entonces te sientes perdido y en seguida te pones a llamar por teléfono diciéndome que me necesitas, que te estás muriendo de la resaca. Eres débil y te rajas rápido.
-Sí, me debilito rápido.
-Y eres tan estúpido conmigo, nunca te pones caliente. Vosotros los escritores sois tan... delicados... No podéis soportar a la gente. La humanidad hiede, ¿cierto?
-Cierto.
-Pero cada vez que cortamos empiezas a dar fiestas gigantescas de cuatro días. Y de repente te vuelves ingenioso. ¡Empiezas a hablar! De repente estás lleno de vida, hablando, bailando, cantando. Bailas en la mesita de café, lanzas botellas por la ventana, interpretas fragmentos de Shakespeare. De repente estás vivo, cuando yo me voy. ¡Oh, me han contado cosas acerca de esto!
-No me gustan las fiestas. Me disgusta especialmente la gente en las fiestas.
-Pues para ser un tío al que no le gustan las fiestas, celebras unas cuantas.
-Escucha, Margie, no entiendes. Ya no puedo escribir. Estoy acabado. En algún lugar torcí el rumbo. En algún lugar morí en medio de la noche.
-De la única manera en que te vas a morir es de una de tus monumentales resacas.
-Jeffers dijo que incluso los hombre más fuertes pueden quedar atrapados.
-¿Quién fue Jeffers?
-Fue el tío que convirtió el Gran Sur en una trampa para turistas.
-¿Qué vas a hacer esta noche?
-Iba a irme a escuchar las canciones de Rachmaminoff.
-¿Quién es ese?
-Un ruso muerto.
-Mírate. Te quedas ahí sentado como un idiota.
-Estoy esperando. Algunos tíos aguardan dos años. A veces la inspiración no vuelve nunca.
-Supón que no te vuelve nunca.
-Entonces me pondría mis zapatos y bajaría andando por Main Street.
-¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
-No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
-¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. ¿Quieres decir que están muertas?
-Sí.
-¿Y tú tienes alma? ¿Eres de los pocos con alma?
-Podría decirse que sí.
-¡Podría decirse que sí! ¡Tú y tu miserable maquinita de escribir! ¡Tú y tus cheques enanos! ¡Mi abuela gana más dinero que tú!

Carl abrió otra botella de cerveza.

-¡Cerveza! ¡Cerveza! ¡Tú y tu condenada cerveza! Está presente incluso en tus historias: «Marty cogió su cerveza. Al levantar su mirada, vio a una magnífica rubia entrar en el bar y sentarse a su lado...» Tienes razón. Estás acabado. Te material es limitado, muy limitado. No puedes escribir una historia de amor, ni siquiera puedes escribir una decente historia de amor.
-Tienes razón, Margie.
-Si un hombre no puede escribir una historia de amor, es un inútil.
-¿Cuántas has escrito tú?
-Yo no pretendo ser escritora.
-Pero -dijo Carl-, pareces tomar una pose de estúpido crítico literario.

Margie se fue pronto después de eso. Carl se sentó y bebió el resto de las cervezas. Era verdad, la literatura le había abandonado. Esto haría felices a sus enemigos de las catacumbas. Podrían subir un jodido escalón. La muerte les complacía, tanto a subterráneos como a escritores con éxito. Recordaba a Endicott, sentado allí y diciendo: «Bueno, Hemingway se fue, Dos Passos se fue, Patchen se fue, Pound se fue, Berryman se tiró desde un puente, todos muertos... Las cosas cada vez están mejor y mejor y mejor».
Sonó el teléfono. Carl lo cogió.

-¿Señor Gantling?
-¿Sí? -contestó.
-Quisiéramos saber si a usted le gustaría venir a dar una lectura en el Fairmont College.
-Bueno, sí. ¿Para qué fecha?
-El treinta del mes próximo.
-No creo tener nada que hacer para entonces.
-Nuestra paga usual son cien dólares.
-Me suelen dar ciento cincuenta. Ginsberg cobra mil.
-Pero es Ginsberg. Sólo podemos ofrecerle cien dólares.
-De acuerdo.
-Muy bien, señor Gantling. Le mandaremos los detalles.
-Qué me dice del viaje? Son varias horas de carretera.
-De acuerdo, veinticinco dólares por el viaje.
-O.K.
-¿Le gustaría hablar a los estudiantes en sus clases?
-No.
-Hay un almuerzo gratis.
-Entonces sí.
-Muy bien señor Gantling, estaremos por el campus esperándole.
-Adiós.
Carl dio una vueltas por la habitación. Miró la máquina de escribir. Puso una cuartilla de papel en el rodillo, se asomó a la ventana y vio pasar a una chica con una minifalda increíblemente corta. Empezó a escribir.
«Margie iba a salir con este tío pero en el camino este tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío sus tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado sus tetas...»
Carl cogió su cerveza. Era agradable volver a escribir de nuevo.
Charles Bukowski.

viernes, marzo 11, 2005

Llevo impregnado tu olor.

Llevo impregnado tu olor
en un imagen
nítida de recuerdo
-dormíamos los dos-
A veces revira
en el presente
perpetuando el encuentro
-dos amantes bajo el fuego-
Ese aroma virgen
derrochado sin nada a cambio
en un instante mágico
-¿qué frívolo el tiempo?-

Te persigo suspirando
y tu ausencia
convierte el mundo en abstracto.

José Daniel.

Hay restos de mi figura. LMP

Hay restos de mi figura y ladra un perro.
Me estremece el espejo: la persona, la máscara
es ya máscara de nada.
Como un yelmo en la noche antigua
una armadura sin nadie
así es mi yo un andrajo al que viste un nombre.

Dime ahora, payo al que llaman España
si ha valido la pena destruirme
bañando con tu inmundo esperma mi figura.
Tus ángeles orinan sobre mí.

San Pedro y San Rafaelen una esquina comentan
mientras avanzo borracho
sobre esa piedra, payo,
que llaman España.

Leopoldo María Panero, "De Piedra negra o del temblor".

jueves, marzo 10, 2005

Detrás...


Imagen: Liliana Muente
Detrás

no hay nada.
Nada es silencio.

Silencio,

detrás no hay nada.
Nada es silencio.

Unos ojos
tras la cortina,

un pasillo malgastado de soledad,
techos, carcoma,
una cuerda

donde penden ropas,
y, quizás, detrás,
una soga intangible

para un suicidio
de ojos claros,
detrás.

José Daniel

Me busco




La chatarra se amontona
debo estar junto a una educada rata
sensación de frío, lo recuerdo débilmente, si tuve frío
anocheció y tú no estabas, rebusco, seguro que aparezco desnudo
no encuentro la flácida figura, convencido estoy que yo anoche también estaba
recopilo mis sentidos, los guío, les pongo camino, no cruzo, me río, desentierro montaña,
restos de comida en la mesa esparcidos, me acerco al buen camino, positivo
que ocurre, llamo, grito, canto, saludo, me esparzo, sigo desnudo
resultado negativo, no me encuentro, sigo buscando
abandoné el pasado, el presente
se enmaraña la madeja
me caigo.

José Daniel

Poema incluido en la Antología "Paseo en Verso", 2005. Editorial Pasos en la Azotea (México)

Arde

Arde el fuego
y sus reflejos de luz volátil
y sus destellos de ascuas hirientes
y sus idas y venidas de colores vivaces
y sus humos que se unen con el aire
inducen a fusionar mi alma
al calor que desprende
clavando luces imaginarias
en los resquicios de mis llagas.

Arde el fuego
y su combustión pasiva de errores
y su peregrinar de gritos y bofetadas
y su ira sin esperanza
y su transformación en ceniza
incita a quemar mi cuerpo
en la verdadera llama
avivando los pecados presentes
con el látigo llamado fuelle.

Arde el fuego
y su magia se apodera
y su sonido se adueña
y su color se transforma
y su llanto se percibe
esperando a que te unas
lo olvides o lo quieras
aguardando las cenizas
cenizas venideras.


José Daniel

domingo, marzo 06, 2005

Yo la quise



Yo la quise, y ella también a mí. Lo sé...
Fuimos muy felices hasta el día en que me la arrebataron de mis brazos, no dejándome descalzar.

José Daniel.

viernes, marzo 04, 2005

Autodidacta hasta el fin

Llegó por recomendación familiar, observó sus alrededores y se marchó sin decir adiós... De regreso a su pueblo decidió aprender a morir por si solo, no estaba dispuesto a esperar la muerte sentado entre sus recuerdos y los de sus quintos.


Esa noche volvió a emborracharse de soledad y vino manchego ante la mirada impasible del retrato de su esposa, fallecida el último invierno.

José Daniel

jueves, marzo 03, 2005

El llanto del río

El llanto sigue oyéndose en las márgenes del río, pero ya nadie lo busca.

Un año después del terrible accidente, una familia rota y una administración con síntomas de olvidos prematuros, han dado por finalizada la búsqueda del niño. El simulacro del entierro fue un baño de lágrimas, lágrimas entremezcladas de pena y de rabia. Una escena que llega, incluso, al corazón más insensible con fuerza: una cajita incompleta es introducida en un nicho bañado de flores y coronas, dispuesta a descansar junto a sus padres, todos ellos víctimas de un horrible accidente de tráfico.

El hielo cubre la carretera desde noviembre hasta bien entrado marzo, sus curvas son verdaderas pistas de patinaje y hay muy pocos transeúntes por esta zona. Ningún sonido suele soliviantar la armonía que reina en estos parajes en los meses de invierno. Todo es silencio y paz, aún estando tan cerca de una carretera, quizás, si acaso, una sinfonía natural por el silbar de los juncos ribereños invade, de vez en cuando, el normal sosiego. Vivo aislado por decisión propia. La única choza habitable es la mía, y todos en el pueblo más cercano me tachan de hombre solitario, hosco y extraño. Quizás tengan razón, quizás no, pero a partir del trágico suceso no ha vuelto ser lo mismo porque un llanto sigue oyéndose en las márgenes del río…
Me han perseguido desde que aquel coche se sumergió en las aguas que bañan mis tierras y mi espíritu. He declarado más de diez veces: en el cuartel, ante el juez, ante los micrófonos, ante todo curioso que se ha acercado hasta mis lindes, lugares antes olvidados de la mano de dios. Y a todos ellos, lo mismo: “Yo no sé nada. Ni vi ni sentí nada extraño. Sólo sé que habéis invadido mi espacio”.

La marabunta policial, judicial y periodística no tardó mucho en llegar. Habían aparecido dos cuerpos flotando con claros síntomas de haber sufrido algún tipo de incidente. Buscaban, después, un automóvil y a un niño recién nacido. Y comenzaron las pesquisas hasta que localizaron el coche, pero estaba vacío. Un cuco de bebé seguía sujetado por los pretensores traseros, pero ni rastro del párvulo. Y vinieron buzos con sus lanchas, agentes con perros, cámaras y cronistas, pero pronto se cansaron, pronto se apagaron las luces y las voces, aunque se sigue oyendo un llanto en las márgenes del río…

No siento pena ni culpa, estoy exento de remordimientos. Pudieran tacharme de ogro y cruel, pudieran desearme la muerte, pero cómo iba a deshacerme de él si su mirada me atrapó en un mundo desconocido. Recuerdo lo fácil de su rescate: sólo tuve que seguir el eco de su llanto, y su ocultación no supuso ninguna dificultad: en casa calentito. Lo difícil está siendo su cuidado porque la vida no cesa y pronto preguntará, pronto muchas preguntas y no sabré que contestar.

Lo encontré entre unos matorrales, tan tierno e indefenso. Salió despedido en una de las múltiples vueltas que dio el coche antes de llegar al río. Lloraba y lloraba. Supongo que le faltaba el aroma materno y que aquellos olores a vida nunca habían sido percibidos por su linda nariz. No dudé ningún instante. Lo abracé entre mi pecho y mi chaqueta, lo acurruqué para darle calor. No dudé en llevármelo. Preparé una cunita provisional en una caja de madera. La cubrí con sábanas y una pequeña manta. Avivé el fuego de la chimenea para calentar todos los huecos de mi modesta morada. Le di de comer muy despacio. Una sonrisa se dibujó en su carita y me colmó de felicidad.

¿Por qué nadie sospechó nada?, ¿por qué nadie me solicitó entrar en mi casa? Hubieran visto una joya dormida, un tesoro caído del cielo para un hombre sin más pretensiones en la vida que el morir en soledad. ¿Por qué nadie osó en involucrarme?,¿por qué nadie investigó mis vagas declaraciones?, ¿por mi aparente carácter?, ¿por qué...? Nadie, nada, aunque por las noches se siguen oyendo llantos en las márgenes del río, y es que todavía es pronto para borrar sus iniciales recuerdos.


José Daniel
03-03-05

miércoles, marzo 02, 2005

Ladrón de guante blanco

¡Pobre Juan! Un buen día decidió cruzar aquella puerta maldita, entrada a lo prohibido, a lo desconocido. Fueron años duros: vigilancia, contra vigilancia, apostaderos y muchas horas de sueño.
Llegó el momento que se había marcado; se sentía seguro de sí mismo. En su pequeña mochila: una brújula, un boceto a mano alzada y un crucifijo. Una vez que, la oscuridad cubrió la zona, se despidió de todos nosotros. Algunos intentaron persuadirlo para que desistiera. Otros, bajo un apoyo incondicional, le dimos la mano, y los máximos deseos para que su hazaña fuera un éxito. Si lo conseguía, abriríamos un nuevo camino para futuras escapadas. Sin mirar atrás, se adentró en la gran sala.
Avanzaba lentamente, apartando múltiples obstáculos para no dar rodeos innecesarios. Sabíamos que, tras muchos años de entrenamiento, había alcanzado un nivel altísimo de preparación. Era, sin duda alguna, el mejor impostor de guante blanco y el perfecto elegido.
El tiempo corría en su contra, los primeros reflejos de luz aparecían por la persiana. Allí estaba, a escasos centímetros de las joyas. Sólo, le quedaba trepar y un pequeño salto; lo más preparado, lo más estudiado.
En nuestra alegría y asombro, no nos dimos cuenta del regreso del terrible enemigo. No tuvimos tiempo de darle un aviso de alerta. Estupefactos, oímos: "plaf, plaf,..., ¡otra horrible cucaracha!"

José Daniel.