jueves, julio 17, 2008

Cuántas veces...

Cuántas veces,
en el silencio del agua mansa,
al final de un callejón con cinco arcos sin salida,
en el margen de una travesía
solitaria, has dejado caer tus llantos.
Unas manos cubren tu rostro, otras te apresan,
te sostienen, nos sujetan con astucia
terciopelo y, un segundo después, se evaporan
sin saber que el roce ha calado en nuestro interior
como una señal que perpetua un recuerdo.
Manos invisibles que alrededor bailan
como vientos implicados de dulzura en el discurrir
de un juego de niño. Escondite para unas caricias
envueltas en papel traslúcido, albas, espirituales,
próximas y nobles que no hace falta ningún
vestigio para encontrar aposento tan protegido.
Pero me dirás -y no te culparé- que no hay nadie, que el mundo
sucumbió un día de noviembre bajo el manto de hojas muertas,
y que tu cuerpo, tu tacto, y tu desnudo silencio
sigue sin hallar el roce de esta levedad.
No sufras, lo que ahora se presenta ciego
y amargo para el sufrimiento de tus llagas en el abismo,
se fortalecerá con el ahínco de esas manos que no
invento porque soy tú, soy él, somos nosotros.
El hombre por y para el hombre, y digo hombre,
no superhombre y sus circunstancias.


José Daniel Palma

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