sábado, abril 23, 2005

Ayer solicité tu ayuda

Ayer aposté dos vírgenes a la carta más alta, desprendiendo los cerrojos residentes en un corazón vomitado, olvidando la timidez que emerge cada vez que tus senos empañan mi mirada. Cerré una puerta para dejar otra abierta; otra que quizás nunca cruces por miedo a separar las piedras del barranco que dificultan la insalubre vida.

Vencer al naufragio para llegar a la cúspide de un sentimiento, donde te espero para lanzarnos al abismo del cieno envenenado, donde te aguardo para asaltar la puta vida por dos flancos, fue la oferta que te hice mientras rompía, por si acaso, mi cabeza contra el aire que venía dando fuerte. Me pediste tiempo para pensar, espacio para ubicar los ojos de un enfermo dentro de tus estaciones, pero no tardes mucho, el vaso me mira y siempre me acecha.
Tiempo te di, tiempo te doy, y, mientras tanto, deshago un equipaje de flores y burdeles, abandonando lustros de lunas y botellas contagiadas del sabor seco del aguardiente, que han hecho de mí un equilibrista de eses esquivas, trazadas al compás de una cuerda de hilachos pendencieros. Y yo, mientras tanto, juego a lanzar anzuelos en la pecera de metal en donde quedan, por ahora, mis sueños.
Ayer te dije que asociáramos nuestras manos, aunque, por ahora, sólo te puedo ofrecer un manojo de callos y grietas profundas de una oscuridad que nunca deseé; un trofeo que no sirve para nada, y que, por tanto, guardo para enseñar a las nuevas generaciones de ídolos y fantasmas, para mostrar la derrota dentro de la infértil victoria de luces y madrugadas. Fui noche a la deriva y tabaco engrilletado, pero ayer te rogué que me iniciaras de nuevo en el sentir de los soles y en los azules y verdes de primaveras que hace siglos no veo.
Solicité tu ayuda, ayer pedí tu amparo. El tiempo avanza, corre tan deprisa que me alcanza, y se acerca la noche y se acercan los tambores que me llaman, y quizás me pierda, y quizás vuelva a dormir la sal que cierra mis labios, y te pido que vengas, te acerques, me llames, me beses y me saques de este infierno que se parece tanto a un trago amargo. Dime, dime algo que supure el llanto de mi conciencia, porque nunca se calla, y siempre está tan cerca que me dificulta estar sin ella.
Ayer quebré con agujas de sinceridad el hábito de un cuerpo desperdiciado; ayer levanté por primera vez la mano, para que alguien como tú me guíe con besos de seda y látigos de firmeza. No lo olvides, aunque sé que quieres tiempo que no tengo…

José Daniel.

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