martes, enero 18, 2005

Confesión de sangre

¡Quizás el hombre llegue a conocer otros mundos donde los silencios no envuelvan en papel de seda la maldad! Quizás, pero, mis ojos están acostumbrados a disolver y engullir sangre caliente al amparo de una cuchara de metal que se jacta de tintinear, sobre un plato caliente, los mejores manjares de los sudores que caen fríos todas las madrugadas.

La religión me hizo feliz en la hipocresía, en las falacias de evangelios impregnados de amor al prójimo y en la enseñanza deponer la otra mejilla mientras una mano se escondía para recibir el don de las rivalidades y la virtud de estrechar manos desconocidas con el epitafio de la paz sea con vosotros. Quizás otros lo lleguen a ver, yo no. Me tiembla el pulso al escribir y sé que, soy uno más dentro de lo que nunca fue.

Suspiro anhelos y, después, pienso: ¿Merece la pena? ¡Oh, sí!...

Sufro por participar en la inquisición de estos actos pero debo continuar. Esta vereda de abismos formales no tiene bifurcación: lo tomas o lo dejas. Hace tiempo me enganché, entrando poco a poco, saboreando los últimos instantes de mis víctimas, rebautizándome con las salpicaduras al degollarlas. Ellas desfallecían, yo nacía.

Sé que moriré por pura cobardía, o tras las rejas de un centro social educativo para personajes que circulan al borde una línea que ellos sólo pueden imaginar. La vida es dolor, pena, hambre, violación. Pero, ¿volveré a matar? Quizás, porque me odio y te odio.

Salgo a la calle, después continuaré, el hambre y la sed no conocen amistades ni juegos literarios.

José Daniel

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