No sabía como había llegado al viejo parque que le vio crecer, al rincón de tantas historias de amor, de tantos juegos prohibidos, de tantas anécdotas sin contar, de tantos secretos de niño guardados a cal y canto por sus compañeros.
Había caminado sin rumbo desde la estación de Atocha. La ciudad seguía sucia y gris, invadida por ruidos y automóviles, llena de gente con prisa y cara de pocos amigos.
Andaba cabizbajo e inmerso en unos pensamientos abstractos, encendiendo un cigarrillo tras otro hasta llegar a ese santuario por alguna misteriosa fuerza o designio del destino. Observó, absorto e inquieto, cómo una mujer balanceaba a una niña en el columpio. Se acercó. Sus ojos quedaron fijos en la escena al descubrir que dicha mujer era su amiga del alma, aquella que llegó a ser su novia, esa que había ocupado todo el espacio de sus recuerdos tras su marcha obligada de la ciudad cinco años atrás, debido al traslado forzoso de su padre a Ceuta.
Así quedaron sus dieciocho años de diversión, sus amigos de la infancia y pubertad, sus ilusiones de estudiar psicología en la Complutense, sus esperanzas de futuro. Pero, por mas que lo intentó, el brazo ejecutor militar de su padre pudo mas que verse mendigo en la gran ciudad.
Y allí estaba, Martha. Tan bella, tan altiva, tan seductora, con su sonrisa de siempre y con el mismo aspecto físico que había sido objeto de recuerdo noche tras noche.
Se miraron, él se acercó con precaución:
- Hola, Martha. ¿Qué tal estás?
- Bien, Daniel, ¡qué encuentro tan inesperado! Han pasado tantos soles, tantas lunas, que ya no esperaba volver a verte.
- Ya lo sé, no me digas más. No quise un baúl lleno de cartas, ni un teléfono colmado de nostalgias, ni un corazón lleno de celos...
La mañana se escapaba entre las preguntas típicas de un reencuentro. Hablaron de sus nuevas vidas, sus expectativas actuales. Aún tenían muchas cosas que contarse, muchas verdades que decirse en aquel parque maravilloso, pero la niña, que hasta entonces no había interferido en la conversación, preguntó a su madre:
- Mama, ¿se vendrá papa a comer con nosotros?
Los dos rompieron a llorar...
José Daniel
2 comentarios:
Lindas sus letras... gracias por su visita a mi jaula, cuando lo desee mis demonios y yo lo esperaremos con gusto... saludos...
Muy bueno, de veras.
Me gusta este sitio, parece confortable, puedo volver a visitarte de vez en cuando?
Un saludo,
Luz
http://blogs.ya.com/luzintensa/
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