Una mano con líneas de envidia,
un rostro que me observa en el espejo,
una boca de insultos, una espalda
para los azotes de los pasos,
ese, ahora, soy yo.
Caminaré
y seguiré anotando melancolías
entre las paredes que me ahogan.
Esperar un cielo que caiga
no es cuestión de tiempo
ni de espacios ocultos,
tampoco ocultar el tiempo
ni el espacio en cuestión.
Las naves son submarinos
de terror y noticias envueltas:
muertos, dinero, niños, ordenadores,
justicias, injusticias, mentiras,
y más mentiras.
Continuaré anotando falsedades
entre las páginas de este diario
convertido en cenizas,
viva imagen de la tierra.
No doy para más, ni por amar
ni por soñar, estarás.
Recorreré los burdeles de diamantes,
las oficinas y los claustros de la locura,
los estancos de sabores perennes,
y las comisarías de azules palizas.
Vente, vente y acompáñame,
a cada cuatro pasos una salve
por nuestro penúltimo doctorado:
aprender a vivir es sentir la muerte
cerca, tan cerca que no sepas
si tus ojos se cierran para nunca más
abrir la despensa del dolor y la humillación.
Cerraré este poema con un llanto,
pero antes moriré a la deriva
del humo del tabaco negro
impregnado en la firma de la sentencia.
(Condenado a vivir entre tus prójimos)
José Daniel.
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