Estimado Sr/a Dios/a:
Te escribo esta carta para comentarte que todo lo que creaste a mi alrededor, se está yendo a la mierda. Todo.
¿Qué cojones pensaste? ¿Te crees que puedes jugar a tu antojo conmigo y que ni siquiera tenga el gusto de criticarte? Estás equivocado si pensabas que me iba a quedar callado. Estás omitiendo mi derecho a súplica, mi deseo de gritarte que estoy harto, hasta los cojones de tener que despertar y ver mis miserias. Ya no me quedan gotas de sudor para afrontar los nuevos retos que por otro lado son malévolos como tú solo.
Primero me dejaste sin mujer. No es que la matarás, no, eso hubiera sido un premio, un bombazo en mi esquelético cuerpo. No, no fue eso, no, fue peor: se la distes al vecino gañán de enfrente, a ese idiota que camina con un libro bajo el brazo y se cree intelectual y bien hablado. A ese energúmeno que cuando bajamos juntos las escaleras me saluda atentamente y cuando ya no sabe que decir me espeta que el tiempo va a cambiar. ¡Claro que va a cambiar! En mi cama las sábanas se helarán, mientras en la suya un torrente de calor se apoderará de su miembro viril, abriendo de par en par un palacio antes conquistado por el ladrón que llevo dentro. ¡Qué pena me doy! Ese ladrón está en prisión desde que marchó y todo por tu culpa viejo/a.
Luego te llevaste a mis hijos bajo el vicio de las drogas sin apenas darme cuenta y sin dejarme despedir. Más tarde, y bajo el gozo lento de la mente más perversa, me atrapas con un cáncer de huesos. O sea, despido laboral, ruina monetaria grave y para más INRI me atropella un jodido auto sin causarme la muerte. He intentado suicidarme con todas las ofertas que internet y la prensa me ofrecen, pero tampoco. Siempre te has volcado a fondo para que mis intentos se vayan al garate. ¡Joder! Si tan mal me quieres podrías dejar abierta una ventana para que tu primo Satanás venga y me lleve. Ya, no me digas más: “Al enemigo ni agua”. Pues que sepas que no quiero ser partícipe de líos familiares.
¡Qué! No está mal, verdad. ¿Qué me aguarda a partir de ahora? No sé, dímelo tú, tú que estás en todos los sitios, todos los lugares.
¿Una tortura aún más cruel y ser además actor protagonista de una película de tercera? ¿Caminar desnudo por un centro comercial bajo la atenta mirada de un grupo escolar de visita guiada? ¿Qué? Te estoy dando ideas para que tu sarna siga viva contra mi persona. ¡Ea! Aquí estoy, pero que sepas que lo único que te pido de verdad es la muerte, pero una muerte que no venga disfrazada con epitafios ni rezos, y por supuesto, tampoco sesiones de reconciliación ni juicios postreros.
Ya sabes...
Sin otra cosa en particular, me despido y espero que sea para siempre;
José Daniel.
Te escribo esta carta para comentarte que todo lo que creaste a mi alrededor, se está yendo a la mierda. Todo.
¿Qué cojones pensaste? ¿Te crees que puedes jugar a tu antojo conmigo y que ni siquiera tenga el gusto de criticarte? Estás equivocado si pensabas que me iba a quedar callado. Estás omitiendo mi derecho a súplica, mi deseo de gritarte que estoy harto, hasta los cojones de tener que despertar y ver mis miserias. Ya no me quedan gotas de sudor para afrontar los nuevos retos que por otro lado son malévolos como tú solo.
Primero me dejaste sin mujer. No es que la matarás, no, eso hubiera sido un premio, un bombazo en mi esquelético cuerpo. No, no fue eso, no, fue peor: se la distes al vecino gañán de enfrente, a ese idiota que camina con un libro bajo el brazo y se cree intelectual y bien hablado. A ese energúmeno que cuando bajamos juntos las escaleras me saluda atentamente y cuando ya no sabe que decir me espeta que el tiempo va a cambiar. ¡Claro que va a cambiar! En mi cama las sábanas se helarán, mientras en la suya un torrente de calor se apoderará de su miembro viril, abriendo de par en par un palacio antes conquistado por el ladrón que llevo dentro. ¡Qué pena me doy! Ese ladrón está en prisión desde que marchó y todo por tu culpa viejo/a.
Luego te llevaste a mis hijos bajo el vicio de las drogas sin apenas darme cuenta y sin dejarme despedir. Más tarde, y bajo el gozo lento de la mente más perversa, me atrapas con un cáncer de huesos. O sea, despido laboral, ruina monetaria grave y para más INRI me atropella un jodido auto sin causarme la muerte. He intentado suicidarme con todas las ofertas que internet y la prensa me ofrecen, pero tampoco. Siempre te has volcado a fondo para que mis intentos se vayan al garate. ¡Joder! Si tan mal me quieres podrías dejar abierta una ventana para que tu primo Satanás venga y me lleve. Ya, no me digas más: “Al enemigo ni agua”. Pues que sepas que no quiero ser partícipe de líos familiares.
¡Qué! No está mal, verdad. ¿Qué me aguarda a partir de ahora? No sé, dímelo tú, tú que estás en todos los sitios, todos los lugares.
¿Una tortura aún más cruel y ser además actor protagonista de una película de tercera? ¿Caminar desnudo por un centro comercial bajo la atenta mirada de un grupo escolar de visita guiada? ¿Qué? Te estoy dando ideas para que tu sarna siga viva contra mi persona. ¡Ea! Aquí estoy, pero que sepas que lo único que te pido de verdad es la muerte, pero una muerte que no venga disfrazada con epitafios ni rezos, y por supuesto, tampoco sesiones de reconciliación ni juicios postreros.
Ya sabes...
Sin otra cosa en particular, me despido y espero que sea para siempre;
José Daniel.
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