porcelana
pintada en tu cintura
con barniz
lascivo del lejano oriente...
Hay
trazos y diagramas
de sexo conjunto en tu piel
como huracanes de viento
y orgasmos que se disfrazan
como si cayeran
p
é
t
a
l
o
siniestros.
José Daniel.
Microrrelatos, microtextos, microficciones, nanocuentos, breves, pensamientos...
No sabía como había llegado al viejo parque que le vio crecer, al rincón de tantas historias de amor, de tantos juegos prohibidos, de tantas anécdotas sin contar, de tantos secretos de niño guardados a cal y canto por sus compañeros.
Había caminado sin rumbo desde la estación de Atocha. La ciudad seguía sucia y gris, invadida por ruidos y automóviles, llena de gente con prisa y cara de pocos amigos.
Andaba cabizbajo e inmerso en unos pensamientos abstractos, encendiendo un cigarrillo tras otro hasta llegar a ese santuario por alguna misteriosa fuerza o designio del destino. Observó, absorto e inquieto, cómo una mujer balanceaba a una niña en el columpio. Se acercó. Sus ojos quedaron fijos en la escena al descubrir que dicha mujer era su amiga del alma, aquella que llegó a ser su novia, esa que había ocupado todo el espacio de sus recuerdos tras su marcha obligada de la ciudad cinco años atrás, debido al traslado forzoso de su padre a Ceuta.
Así quedaron sus dieciocho años de diversión, sus amigos de la infancia y pubertad, sus ilusiones de estudiar psicología en la Complutense, sus esperanzas de futuro. Pero, por mas que lo intentó, el brazo ejecutor militar de su padre pudo mas que verse mendigo en la gran ciudad.
Y allí estaba, Martha. Tan bella, tan altiva, tan seductora, con su sonrisa de siempre y con el mismo aspecto físico que había sido objeto de recuerdo noche tras noche.
Se miraron, él se acercó con precaución:
- Hola, Martha. ¿Qué tal estás?
- Bien, Daniel, ¡qué encuentro tan inesperado! Han pasado tantos soles, tantas lunas, que ya no esperaba volver a verte.
- Ya lo sé, no me digas más. No quise un baúl lleno de cartas, ni un teléfono colmado de nostalgias, ni un corazón lleno de celos...
La mañana se escapaba entre las preguntas típicas de un reencuentro. Hablaron de sus nuevas vidas, sus expectativas actuales. Aún tenían muchas cosas que contarse, muchas verdades que decirse en aquel parque maravilloso, pero la niña, que hasta entonces no había interferido en la conversación, preguntó a su madre:
- Mama, ¿se vendrá papa a comer con nosotros?
Los dos rompieron a llorar...
José Daniel
Arrojé
los tropiezos de la vida
- siete razones, siete grilletes-
en un lago ileso del hombre:
último reducto de paz
donde su tenebrosidad se deleita
con los guiños de amor de una esfera.
Deposité
las sandalias del pescador
-dos caminos, dos líneas-
en un paraíso clandestino del mundo:
principio para el regreso
donde la libertad siempre se cruza
con los reflejos de su luz eterna.
Algún día
me arrojaré depositando mi cuerpo y mi alma,
sin más epitafio que tu llanto.
José Daniel
Háblame..., háblame con susurros al oído mientras esta masa amorfa se traslada a los soles de tu mundo; mientras mis ojos se acostumbran a los destellos de tus miradas piadosas, y cuéntame..., cuéntame como vives desde que dormito en esta nave de dolor y negación; desde que mi júbilo se vio arruinado por ese fatídico incidente. Tengo mucho tiempo..., mucho porque quizás nunca se atrevan a ordenar sus conciencias aquellos que tienen que estampar un sí ante mi derecho a la muerte. Pero dime..., dime cómo es ese hombre que amanece entre los albores de los días y acaricia tu suave piel. No creas que no me ha dado cuenta: tu aroma está impregnado en nuevos rincones, los ojos son señales que arrebatan razones, guías que no esconden las láminas lucientes, y tus ojos brillan..., brillan más que nunca, aunque en esta habitación duerma abrazado a mí la tristeza.
Soy vigilia de cuello para arriba, lo sabes, y nostalgia hacia abajo. Las noches son mis días y mis días tus miedos, pero expresa..., expresa sin temor como roza con su lengua tus labios; si sosiega el frío de tus pies en las madrugadas; si es consciente que estás atada a una estatua perenne que habla incansablemente esperando irse; si es un amor que fluye con las horas o es una mera fantasía pasajera para saciar el hambre que conmigo nunca calmarás...
Háblame..., háblame aunque sea con mentiras y niegues el rocío de las mañanas. Este barro se resquebraja en la calima de los recuerdos mientras se redacta un nuevo credo; mientras las bienaventuranzas incluyan a aquellos que todo lo hemos perdido, y a aquellos que hemos decidido no tolerar más el sufrimiento para los nuestros y nosotros mismos. No hay suicidio más atroz. Cuéntame..., cuéntame para que mis sentidos no se duerman, y las sombras de tu figura queden grabada en el alma que espera su marcha. Tengo mucho tiempo..., mucho para verte nuevamente feliz aunque no sean mis brazos los que te rodeen. No sufras, tú sólo háblame..., háblame hasta el día de mi muerte.
Jdpalma.
Ojos oscuros
acechan en las sombras.
Voy desnudándote
y el frío no penetra
en el silencio mágico.
-Cualquier voz quedará
en un leve susurro...-
José Daniel.
¡Quizás el hombre llegue a conocer otros mundos donde los silencios no envuelvan en papel de seda la maldad! Quizás, pero, mis ojos están acostumbrados a disolver y engullir sangre caliente al amparo de una cuchara de metal que se jacta de tintinear, sobre un plato caliente, los mejores manjares de los sudores que caen fríos todas las madrugadas.
La religión me hizo feliz en la hipocresía, en las falacias de evangelios impregnados de amor al prójimo y en la enseñanza deponer la otra mejilla mientras una mano se escondía para recibir el don de las rivalidades y la virtud de estrechar manos desconocidas con el epitafio de la paz sea con vosotros. Quizás otros lo lleguen a ver, yo no. Me tiembla el pulso al escribir y sé que, soy uno más dentro de lo que nunca fue.
Suspiro anhelos y, después, pienso: ¿Merece la pena? ¡Oh, sí!...
Sufro por participar en la inquisición de estos actos pero debo continuar. Esta vereda de abismos formales no tiene bifurcación: lo tomas o lo dejas. Hace tiempo me enganché, entrando poco a poco, saboreando los últimos instantes de mis víctimas, rebautizándome con las salpicaduras al degollarlas. Ellas desfallecían, yo nacía.
Sé que moriré por pura cobardía, o tras las rejas de un centro social educativo para personajes que circulan al borde una línea que ellos sólo pueden imaginar. La vida es dolor, pena, hambre, violación. Pero, ¿volveré a matar? Quizás, porque me odio y te odio.
Salgo a la calle, después continuaré, el hambre y la sed no conocen amistades ni juegos literarios.
José Daniel